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Begoña Román

Begoña Román es doctora en Filosofía por la Universidad de Barcelona, y profesora de ética en la misma universidad. Su especialidad es la ética aplicada y, dentro de la misma, la bioética. Pertenece al Comité de Bioética de Catalunya y al Comité de Ética Asistencial del Hospital Clínico. En el ámbito social, es la presidenta del Comité de Ética de Servicios Sociales de Catalunya.
Para empezar, Begoña, ¿podría definirme qué es la eutanasia? ¿Qué es aquello esencial que define la práctica?
BEGOÑA ROMÁN: Pues creo que cinco características esenciales: primera, para que sea eu (una muerte buena), tiene que ser a petición expresa reiterada de un paciente que siente, dos, su vivencia de la vida tal y como la tiene y prospectivamente se le representa el futuro como de dolor total y por tanto reiteradamente pide que se le ayude a terminar con esa vida. Con lo cual, la buena muerte la debería garantizar algún tipo de profesionales que garantizaran que va a ser buena porque va a ser con autonomía y con la dosis letal adecuada. Y una quinta característica es que precisamente se haya demostrado que es irreversible, bastante irreversible y bastante improbable que hubiera cambios en las situaciones de esa persona para poder combatir ese dolor total.
Y, ¿cómo distinguiría la eutanasia activa de la pasiva, dos categorías habitualmente usadas, aunque sé que polémicas?
BEGOÑA ROMÁN: Yo creo que ese tipo de adjetivos, "pasiva", "activa", "ortotanasia", "distanasia", creo que son más confusos que ayudan a clarificar el problema, ¿no? Y si en la ética aplicada, en concreto en la bioética, lo que queremos es contribuir a clarificar escenarios para tomar mejores decisiones, tener que ponerle adjetivos a las cosas yo creo que nos complica la cosa, ¿no? Con lo cual la eutanasia para mí es activa o es otra cosa. Y no ayuda ponerle adjetivos a un sustantivo que al final acaba cambiando por completo de lo que se trata.
¿Y qué es lo que diferencia a la eutanasia de un suicidio asistido, que es como se penaliza en derecho penal la práctica de la eutanasia activa, como una cooperación ejecutiva al suicidio?
BEGOÑA ROMÁN: Para mí el suicidio asistido simplemente se diferencia de la eutanasia, si se cumplen las condiciones que he dicho antes, en que es la propia persona en el suicidio asistido quien se autoinduce la muerte y el "asistido" simplemente es porque le da algún tipo de respaldo: desde el punto de vista farmacológico, con dosis, o si es una persona incapacitada para tomarse ella la dosis letal, se le ayuda con algún tipo de soporte manual. Con lo cual, el suicidio asistido se diferencia de la eutanasia en que la colaboración del otro es simplemente de darle el instrumento, pero no de ejecutar la acción.
En relación con esto, a veces, se considera condición necesaria para la eutanasia que la persona no pueda ejecutar el acto que le provoque la muerte. ¿No considera que la eutanasia va más allá?
BEGOÑA ROMÁN: Sí, yo creo que va precisamente porque quiero garantizar un acto clínico donde el concepto "bueno" es fundamental. Yo necesito conocimientos para saber que el modo que voy a emplear para acabar con mi vida no es con una almohada ahogándome, porque eso es una mala muerte, aunque sea voluntaria, es muy doloroso morirse ahogado, ¿no? Y, bueno, literalmente asfixiante. Yo lo que creo es que lo que hay en la petición de despenalización de la eutanasia, hay muchas cosas detrás: la primera y fundamental, desestigmatizar que la muerte pueda ser una decisión, que no sea simplemente una cosa cierta en hora incierta, que no sea simplemente un acontecimiento natural que sucede, sino convertir la muerte en una decisión y además en una decisión autónoma, voluntaria y sobre todo no estigmatizada, respetable y garantizándome que se me acompaña, que no me tengo que esconder y, por tanto, que no lo voy a hacer tampoco solo, sino que se va a garantizar que las consecuencias van a ser buenas, no van a ser dolorosas, va a ser un proceso de sedación y que me voy a quedar dormido sin sufrir, que me voy a poder hacer con la tranquilidad de poderme despedir de mis compañeros y de mi familia, y que un profesional va a estar atento allá a posibles reacciones que pudiera haber.
Obviamente, tal como acaba de defender, al hablar de eutanasia es necesario que aparezca la figura del profesional sanitario, precisamente para garantizar que la muerte sea buena. ¿Cuál cree que es el fin de la medicina?
BEGOÑA ROMÁN: Pero yo creo que, entre las finalidades de las profesiones sanitarias existenciales, las finalidades es socorrer, soportar, asistir a las personas en aquellas necesidades a las que una problemática de la salud les lleva. Unas veces es curar, otras veces es paliar, otras veces es promover salud y, por tanto, prevenir, otras veces es ayudar a evitar el sufrimiento hasta el final y la única posibilidad es acompañando a morir. Para mí, por tanto, la finalidad de acompañar a morir, incluso provocar la muerte si así es la única manera en la que se acaba el dolor para el paciente, para mí ese tipo de servicio o acciones también forman parte de los fines de la medicina, desde la categoría de garantizar un buen morir.
Por lo tanto, ¿considera que es necesario que la eutanasia activa y directa sea legal para que el fin de la medicina se pueda cumplir?
BEGOÑA ROMÁN: Para mí es fundamental atender los cambios que la concepción de la medicina históricamente también debe asumir y, sí, contestando muy directamente a tu pregunta, me parece cínico y, por tanto, descortés y desconsiderado con el cambio de paradigma de que todo es para el paciente y es una medicina centrada en el paciente, que se respete su autonomía hasta que nos gusta lo que nos está pidiendo autónomamente. Cuando lo que nos está pidiendo autónomamente es que le provoquemos directamente la muerte y decimos "No, en eso no le respetamos la autonomía", me parece que estaría faltando a una de esas finalidades.
A menudo, cuando atendemos a un debate sobre el tema, aparece la idea del “derecho a morir”. Siempre me pregunto si realmente es necesario reconocer tal cosa, o si no bastaría con ampliar la interpretación del derecho a la vida y ver que la muerte, al final, no deja de ser un proceso que se da en la última parte de ésta.
BEGOÑA ROMÁN: Yo creo que desde un punto de vista teórico-filosófico y de ética especulativa yo estaría dispuesta a darte la razón, ¿no? Si no separo en dualismos que la muerte no es otra cosa que el final de la vida, pues el derecho a la vida ampliado significaría que también tengo derecho a poner fin a mi vida, ¿no? De manera que un derecho a la muerte, en principio está dentro del derecho a la vida y acabar con la vida, ¿no? Sin embargo, si bajamos al terreno práctico y al terreno de los contextos en los que nos hallamos, pues efectivamente nos encontramos con unas tradiciones éticas, morales, jurídicas, políticas, que conciben la vida con cierta sacralidad y como que la muerte no puede ser y nunca lo ha sido así considerada una decisión. Es decir, por un lado, la tradición de dónde venimos. Por otro lado, unos nuevos escenarios de las nuevas enfermedades que podemos cronificar, pero con poca calidad de vida biográfica, aunque mucha biológica. Entonces, entre las tradiciones y las nuevas realidades y los nuevos escenarios, tiene sentido reconsiderar algunos aspectos que estarían dentro del derecho a la vida, pero reivindicándolos como específicamente importantes porque hay que hacer explícitas algunas dimensiones, como una tradición que no nos ayuda a defender un derecho a morir y luego también los nuevos escenarios que nos obligan a replantearnos esas tradiciones. Y, por cierto, no hay derechos sin deberes, yo vengo de la tradición kantiana, también me gustaría reivindicar el deber de vivir y de vivir bien, y el deber de morirse y de morirse bien.
Igual que antes le preguntaba sobre el fin de la medicina, me gustaría preguntarle cuál cree que es el fin de una pena y si realmente prohibiendo la eutanasia activa y directa estamos consiguiendo que no se lleven a cabo prácticas que desemboquen en la muerte o estamos provocando que se lleven a cabo de peores maneras, sin asegurar que sean buenas muertes.
BEGOÑA ROMÁN: A ver, claro, es una pregunta, por un lado, muy genérica, pero luego lo estamos contextualizando al caso de la eutanasia y yo me voy a ceñir a este planteamiento, ¿no? No a la genérica de por qué prohibimos, pero sí a la concreta de si efectivamente la prohibición de determinadas prácticas como esta de la eutanasia y el suicidio asistido, no resuelve el problema, sino que todavía más lo agrava, ¿no? Lo agrava con desigualdad, porque si uno tiene dinero se va a Suiza, donde está despenalizada la eutanasia y el suicidio asistido y le pueden ayudar, ¿no? Yo creo que muchas veces la prohibición hay que mesurarla desde dos puntos de vista: desde las buenas intenciones de protección, paternalistas, de salvaguardas que tú quieres promover y garantizar con controles muy exhaustivos, pero luego tienes que ver hasta qué punto en vez de paternalismo o en vez de protección, lo que estás haciendo es más desprotección y más imposición de una determinada moral concreta y no respetar el pluralismo. En el caso de determinadas prácticas como esta de la eutanasia y el suicidio asistido yo creo que la prohibición lo que hace es generar un mal para aquellas personas que no quieren vivir, imponerles una vida que no quieren, buscar formas desesperadas de llevar a cabo una muerte que no es buena, y deja mal sabor a los que se quedan, y deja mal sabor a los profesionales, pero además, y esto un tema muy importante, nos obliga a pensar cuando prohibimos determinadas prácticas y resulta que no es en absoluto eficiente esa prohibición, porque los que pueden lo pueden hacer en otro país, o los que no pueden lo hacen mal y desesperadamente, estamos imponiendo, queriendo prohibir una moral de una determinada ideología a una sociedad en el siglo XXI que nos gusta pensar que progresa adecuadamente en el desarrollo de respeto a las diferencias, ¿no? Con lo cual, determinadas prohibiciones de determinados temas que tienen que ver con principios y finales de la vida tendrían sentido cuando hay un daño a otros, pero no tienen ningún sentido cuando estamos hablando de la autoposesión del propio cuerpo, de la propia vida, y donde podemos garantizar que no hay daños a terceros. De manera que me parece clarísimamente que esas prohibiciones lo que hacen es simplemente imponer una moral dominante.
Y en relación con el respeto a la pluralidad moral a que acaba de hacer referencia, llegamos a la última pregunta. En cualquier debate sobre la eutanasia, aparece el concepto “final de la vida”, exigido a veces como condición para la permisibilidad de la eutanasia activa y directa. Aunque es cierto que las regulaciones deben ser objetivas y para todos y todas igual, ¿no cree que debería atender a la pluralidad de concepciones sobre el final de la vida, atender a la subjetividad de los proyectos vitales, y no solo considerar que alguien está al final de la misma cuando sufre una enfermedad terminal?
BEGOÑA ROMÁN: Exacto, el happy end lo pone el director de la película, él decide dónde acaba la película, ¿no? Pues a mí me parece que es la propia persona quien tiene que decidir cómo y cuándo y con quién. Yo creo que hay una infravaloración del aburrimiento, del cansancio de vivir, del deterioro del cuerpo, y se ha visto siempre la muerte como algo inevitable. Lo digo porque cuando hablas con personas mayores que han tenido una buena vida y demás, te pueden decir “Ya está, ya está, me voy y dejo sitio a otros”, ¿no? O sea, no infravaloremos también que el motivo por que la gente se quiere morir es la decrepitud, o la enfermedad, o que tiene una depresión o que… No, a veces es también que consideran que su trayecto vital, su trayecto por la vida ya ha estado bien así y la quieren terminar. Por decirlo con una metáfora: toda buena obra de arte tiene que saber terminar.
Eso no quita, Yaiza, los que venimos de filosofía, sabes que a mí me interesa mucho ese tema, con toda mi reflexión sobre la importancia de legislar sobre la despenalización de la eutanasia, me parece que hay poca reflexión, y a mí es donde me interesa ahondar, en si hay un deber de vivir y de dejar de hacerlo cuando ya no puedo hacer una vida de sentido. Entonces yo creo que como muy bien planteabas tú, desde el momento en que yo hablo del final de la vida, a lo mejor la pregunta por el sentido de la vida, no únicamente el sentido existencial de si me gusta o no me gusta, no una fundamentación hedonista de la vida. Cuando la vida me gusta es buena, cuando la vida no me gusta y, por tanto, hago una fundamentación más o menos empírica y hedonista, del sentido de la vida y el deber de vivirla. Con todos mis respetos a esa visión de fundamentación hedonista, mi respeto es a porque es una decisión autónoma, pero me parece que el argumentario moral es mejor cuando no es una cuestión únicamente de placer, sino de agencia moral; no de la pasividad de si a mí me gusta o no me gusta, sino de qué hago yo con la vida, qué es lo que hace que la vida sea buena. Para mí es si, aunque no te gustara la vida, hay un deber de no claudicar. Si la fundamentación de la buena vida no es solamente una cuestión preferencial hedonista, sino el deber de no claudicar o el deber de morir por otras razones. Me interesaría mucho más esa fundamentación de si hay un deber de vivir, si hay un deber de vivir, de perseverar y de luchar, y cuándo ya no, tiene sentido ese deber.
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